domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuestión de Escrúpulos



Via Amstra


Hoy en día, el típico fin de semana de muchas personas de menos de 20 implica platicar con el novio –a quien nunca se ha visto en persona– que es un alemán que conoció en Facebook y que creció en Nigeria porque su papá es miembro de Médicos Sin Fronteras; y ahora desde que vive en California está haciendo un crowd-funding en Kickstarter para hacer el proyecto de sus sueños: un juego de cartas para RPG basado en los personajes de los X-Men pero en estilo manga. Y ya planearon irse de vacaciones a Grecia, donde tienen varias casas a dónde llegar, encontradas en CouchSurfing.

Mis papás probablemente entenderían menos de la mitad del párrafo anterior, y a decir verdad a muchos de los que estamos cuarenteando nos parece un mundo más bien extraño. Pero así son todos los cambios generacionales. Yo por ejemplo, nunca logré que mi mamá gustara de Iron Maiden.

Nunca entendí por qué.


A lo que voy es que nos divertíamos de otra forma. Por ejemplo los juegos de mesa. ¿Hace cuánto que no veo gente jugando juegos de mesa, que no sea en un casino? No me acuerdo. ¿Todavía se venden? Supongo que sí, pero no sé si el Monopoly estará en la sección de entretenimiento para adultos en vez de la juguetería. Porque de veras, ¿quién juega Scrabble en un tablero? Seguro quien lo juega me va a decir que mejor descargue la App para jugarlo en línea contra 3000 jugadores (los Top 10 son todos coreanos), y que lo puedo encontrar para MacOS, Windows y hasta Ubuntu si soy fan de Linux.

¿Fan de qué? Si yo sigo teniendo WindowsXP aunque Bill Gates ya le dijo a todo el mundo que lo tiremos a la basura. Wow, qué raro es esto de sentirse que no entiende a la juventud.

Bueno, el tema es que allá por mediados de los 80, que en tiempo de internet es como decir la prehistoria –o sea cuando las víboras andaban paradas– tenía yo un grupo de amigos que nos juntábamos en carne y hueso. De esos amigos cuyas ocurrencias nos dan risa, y que comparten tanto la resistencia al alcohol como la afición a los juegos de mesa. No es que fuéramos nerds a lo Big Bang Theory, pero sí nos encantaba juntarnos una vez por semana para jugar Garabatos, Disparates, ó Tabú.

Si ninguna de esas cosas le suena al lector, son todos juegos de adivinar en equipos: ya sea por medio de dibujos, ó descripciones limitadas. Créame, son muy graciosos. Pero si su juego favorito es Half Life ó Metal Gears… um pues olvídese, no le puedo explicar.

El caso es que durante varios meses, el grupo de amigos nos enamoramos de un juego nuevo, que salió en 1987: se llamaba “Cuestión de Escrúpulos”. Y lo jugábamos casi con preferencia a todos los demás, hasta El Incidente.

Ahora, Escrúpulos es un juego de adivinar, pero intenciones. Se juega así: en mi turno, saco una baraja que puede decir “Sí”, “No”, ó “Depende”. Supongamos que tengo un  “Sí”. En mi mano, además, tengo cinco cartas, cada una con una pregunta que implica alguna decisión ética. Lo que tengo que hacer es escoger a alguien del grupo y hacerle una de las preguntas, sabiendo que esa persona en particular, va a contestar “Sí” a esa pregunta específica. Digamos que escojo la pregunta “Te encuentras una cartera, con la dirección de la persona. ¿La devuelves?”, y escojo a alguien del grupo que sé que definitivamente no es un lángara de lo peor, y sí devolvería la cartera. Si dice que “Sí”, entonces gano puntos.

Por supuesto, lo divertido es que las preguntas no siempre son tan fáciles, o bien hay veces que alguien contesta que “Sí”, pero todos en el grupo saben que su acción en realidad sería “No”, por lo que se arman discusiones tremendas. De hecho se pasa más tiempo argumentando que jugando y contando puntos.

Diversión pura.


Por ejemplo, una vez hice esta pregunta a un amigo: “Tu mejor amigo es gay. Este verano ha invitado a tus hijos adolescentes a ir con él a su casa al lado de un lago. ¿Los dejas ir?”. En mi mano tenía la respuesta “Sí”, cuando mi amigo responde con un tremendo ¡NO!

WHAT.

Quizá porque eran los 80s, o porque mi amigo nunca ha usado más que botas, pero qué bestia. “¡La pregunta dice que ES TU MEJOR AMIGO!” Se armó una discusión bárbara, y aunque le hicimos notar que ‘Gay’ y ‘abusador de menores’ definitivamente no son sinónimos, nos tuvimos que quedar con su NO, De Ninguna Manera. Válgame.

Pero en fin. Lo bueno de esto es que somos gente conocida la que lo jugamos, y no pasa a mayores. Lo que sí sucedió con El Incidente: había desconocidos en el grupo. Esa noche, una amiga invitó a una pareja a quien conocía. Muy lindos, muy agarraditos de la mano y muy melosos. Y se nos ocurrió sacar el juego de Escrúpulos.

Equivocación.

Todo iba muy bien, la verdad sea dicha. Eran gente muy divertida, íbamos por la tercera ronda de preguntas y todo era muy gracioso como de costumbre. Hasta que alguien decidió hacerle una pregunta al muchacho nuevo. La situación era ésta:

“Acabas de engañar a tu esposa con tu secretaria, en un hotel. Al regresar a casa, te encuentras a tu esposa con el vecino. ¿La perdonarías? ¿Sería lo mismo?”

Y vino la respuesta:
- ¡Pero por supuesto que NO!

Su novia se quedó un poco menos que contenta con semejante respuesta y luego dicha con semejante aplomo.

- ¿Cómo que NO?
- ¡Pues no es lo mismo!
- ¡Es EXACTAMENTE lo mismo!
- ¡Yo por lo menos fui a un hotel, y esa trae al otro a MI CASA!
- ¿Cómo que ESA?
- Pues la esposa.
- ¿Y yo qué soy?
- ¡Bueno pero la cosa es que no es lo mismo!
- Ah, o sea que hay engaños más engaños que otros.
- ¡Pues sí!
- ¿Cómo que SÍ???

La verdad es que no podría reproducir todo aquel diálogo, primero porque ya pasaron muchos años, y segundo porque los demás nos fuimos saliendo del cuarto discretamente mientras los gritos seguían. Pero eso de arriba es la esencia de lo que pasaba.

O sea así, pero ya sin diversión.


Al día siguiente nos enteramos que habían terminado. Válgame. Nos sentimos más bien culpables, la verdad. Pero nada que una sesión de Garabatos no pudiera quitar.

Moraleja: Um, ¿No juegues con fuego? O… ¿sé más discreto? No sé bien, pero por lo menos, no invites a jugar a extraños.





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